19 junio, 2011

El Imprescindible

El Imprescindible


 El Imprescindible había tocado techo por fin.
 Empiezo esta pequeña historia por el final, con lo cual se podría pensar que he machacado el interés que esta pudiese ocasionar. Pero para que ello ocurra si a ustedes les pica la curiosidad de saber el porqué sucedió, no les queda otro remedio que seguirme.
 Había empezado El Imprescindible su vida profesional de soldado raso, después con el paso de los años fue ascendiendo a cabo, sargento...y todas las correspondientes escalas hasta llegar a brigada. Aquí tuvo que hacer un curso para salir de teniente.
 Luciendo palmito y sus dos estrellas amarillas de seis puntas, aquél soldado que se había aplicado con devoción y vocación a la milicia, de pronto se creyó que sus estrellas eran las únicas que existían bajo el firmamento.
 Empezó a ordenar a diestro y siniestro con mano tan dura, que ésta se le hizo callo, y como ya no sentía el más mínimo dolor repartía a mansalva, mañana sí, mañana no; repulsas, broncas y desafíos sin ton ni son.
 No se dio cuenta que los años no pasan en balde. Como a todo hijo de vecino le llegó la hora de jubilarse, y sintió la pena más grande de las penas. Qué iba a ser de su mando y de sus mandados. Cómo se arreglarían esas personas que estaban ya acostumbradas a sus formas destempladas e hirientes.
 Vendría un pamplinas y se los comerían vivo. Los desollarían, y les harían picadillo en menos que se dice "quietos".
 Pediría una súplica especial al mismo rey, si hiciese falta, diciendo: "Qué después de su marcha, aquello iba a ser la debacle. Se perdería el honor, la disciplina, y toda su enseñanza y dedicación se vendrían abajo en un santiamén".
 Más todo le fue denegado a su edad de jubilación, que no jubilosa.
 Empezó a notar que aunque se ponía todavía el traje militar en las fiestas solemnes que lo requerían, nadie ni los más acoquinados le saludaban, ni se dignaban cederle el paso, ni mucho menos aguantar su perorata castrense.
 Aquello le hizo entrar en un estado depresivo alarmante. Se olvidaba del aseo, de comer, del ejercicio,
incluso de asistir a saludar a los antiguos compañeros que se reunían en el casino a echar la partida de dominó.
 El Imprescindible no lo pensó más y un buen día se vistió con el uniforme de gala y se presentó en el cuartel que había mandado y a la voz de: "firmes, aaaaaaarrrr, presenten armas, ar" hizo que la guardia correspondiente hiciese tales honores a un cabo de marina que había confundido con un almirante.
 El susodicho cabo no supo donde meterse y no se le ocurrió otra cosa que salir corriendo e irse a su pueblo y pedir la baja desde allí por "desorientación en materia militar".
 La que se armó trajo en jaque a todos los jefes que les correspondía la vigilancia de aquel servicio. Rodaron cabezas y pelambreras. Volaron galones y sardinetas. Hubo que ampliar los castillos. Se formaron consejos, sino de guerra, muy similares.
 Visto lo visto al Imprescindible le enviaron a un Centro de Rehabilitación Mental.
 Era un invierno crudo y recio. El Imprescindible sin nombre, no supo ya hacer otra cosa que levantar todos los días una bandera y besarla; que era una cortina del siquiátrico y acompañadoc por otros enfermos vociferaba: "mis fieles y leales compañeros de armas y fatigas, a por ellos que son pocos y huyen". Y tanto..., a las seis de la mañana, con un frío que cortaba las venas,  no se le ocurriría a nadie levantarse y ponerse en paños menores para izar la bandera, o sea la cortina e inducir a la sedición.
 Como es lógico los enfermeros tomaron cartas en el asunto y empezaron a dar mandobles a diestro y siniestro; allí no quedó títere con cabeza, a esto se unieron los restantes locos que no eran de armas tomar, pero como contagiados por el enfortecido valor que ponían sus colegas, a la voz de: "Mi teniente, a sus órdenes, estamos aquí, para acabar con la tiranía tirana y Santiago y cierra España", esto lo aprendieron del Imprescindible cuando arengaba a sus "fieles" en los mañaneros amaneceres o más bien anocheceres del mes de enero, a más de entonar hasta enronquecer el "prietas las filas...", porque la ocasión lo pedía.
 Tanto fue el ímpetu que pusieron los insensatos que se contaron las bajas por decenas, y desde entonces por órdenes superiores le mantienen al Imprescindible con una camisa de doble fuerza, solo e incomunicado por alterar en repetidas ocasiones las normas del Centro.
 Por esas fechas nevó y a sus compañeros psíquicos no se les ocurrió otra cosa que coger una chaqueta sucia de color tirando a caqui, recortar de papel platilla de un paquete de café, cuatro estrellas de ocho puntas y ponerlas en las respectivas bocamangas, aunque no dorasen como sería lo suyo, con lo cual le ascendieron de categoría y le hicieron Teniente Coronel médico, ¡nada más y nada menos!; la mencionada chaqueta la  colocaron en un monigote de nieve, poniéndole por bigote el cepillo de una escoba y de gorra una toalla color miel a manera de turbante.
 Cuando El Imprescindible vio aquello, se emocionó tanto, que no pudo reprimirse por más tiempo y, al grito de: "¡carguen armas!" le sacudió un síncope tan repentino y tan potente que al añadir aaaaaar........se quedó congelada esta última voz de mando como el chupón del tejado, que tanto sorprendía a sus embobados leales.
 Después el mundo siguió girando... y girando y del Imprescindible nunca más se supo.
 ¡Qué cosas tiene la vida y qué personajes!