Corría el 10 de enero de 1933. Eran aproximadamente las 9 de la noche cuando se empiezan a suceder en esta aldea de Casas Viejas una serie de manifestaciones frente a la sede de la CNT. Poco tiempo después darían lugar a lamentables y luctuosos sucesos. Un caso
extremo que ha dado la vuelta al mundo por lo que representó en aquél tiempo,
tanto en el plano político, como social. Hoy tenemos cantidad de escritos que
cuentan detalladamente cada momento, sosegadamente, sin aquel apasionamiento que suele
producirse siempre cuando están recientes los hechos; más el paso del
tiempo no ha llegado a un punto de dejar apartado el quejío, el llanto y
la pena.
Hoy todos intentamos con un gran esfuerzo conseguir la calma y vivir en paz. No es fácil, pero las personas somos seres humanos que tendemos por naturaleza también al perdón; que es una de los dones que más dignifican a la persona.
Hoy todos intentamos con un gran esfuerzo conseguir la calma y vivir en paz. No es fácil, pero las personas somos seres humanos que tendemos por naturaleza también al perdón; que es una de los dones que más dignifican a la persona.
Ahora bien, resaltando la verdad de
lo que ocurrió; sin tapujos, ni moralina, ni esas medias verdades que tanto
daño hacen.
En el 80 Aniversario del
acontecimiento el grupo de teatro “Hijo
de la Luna” con personas del pueblo han representado con gran éxito esta desgraciada
historia para que no la olvidemos y tendamos nunca jamás a repetirla.
El País lo publicó mejor y más
extensamente…¡He aquí!
La terapia teatral de Casas Viejas
En psicología hay una terapia reconocida contra las fobias. Y es la de
enfrentarse a esos miedos sin escudos, cara a cara. Benalup vivió en
1933 una tragedia enorme. La muerte de una veintena de personas para
sofocar una revuelta comunista. Y, después, la manipulación política y
periodística, la represión y el terror. Ese horror, que como las fobias,
paraliza y calla. 80 años después, el pueblo se ha sacudido el miedo
plantándole cara y recreando en los mismo escenarios de aquellas muertes
todo lo que pasó. Una terapia colectiva contra el silencio de tantos
años.
El 11 de enero de 1933 en Benalup varios sindicalistas de la CNT
proclamaron el triunfo del comunismo libertario y asediaron el cuartel
de la Guardia Civil. Dos agentes fallecieron de disparos de campesinos.
La Guardia Civil y la guardia de asalto de la República mandaron
refuerzos para sofocar la rebelión, que fue abortada. Pero, en una
suerte de venganza, la violencia fue más lejos. Los agentes, bajo la
orden del capitán de Rojas, quemaron una choza con numerosos campesinos
dentro y fusilaron a otros 12. En total, 26 muertos.
A Benalup, entonces Casas Viejas, siempre le ha pesado aquella tragedia
como una losa. Fue un episodio negro que marcó también la Historia de
España por el impacto que causó y porque fue utilizado por la prensa y
la oposición como un arma contra el modelo de Manuel Azaña. La represión
que llegó después contra aquel pueblo hizo que los descendientes de los
represaliados ocultaran las marcas morales de aquellos años. Mientras,
historiadores de todo el mundo recorrían sus calles en busca de las
huellas de esos sucesos. Uno de ellos, Jerome R. Mintz, escribió Los
anarquistas de Casas Viejas, que sirvió de base para el guión de la obra
que hace cinco años representó la compañía El Hijo de la Luna en el
Teatro de Benalup.
Entonces, en el 75 aniversario de los sucesos, la representación se
quedó dentro de un teatro. Pero cinco años después, y tras un viaje
inspirador a Verona, donde la tragedia de Romeo y Julieta está impresa
en las calles, a sus responsables, María Orellana y Manuel Ruiz Mateos,
se les ocurrió repasar el guión y trasladarlo a los lugares reales donde
sucedió todo. “Creo que es un punto de inflexión al silencio. Los hijos
de los represaliados nunca han querido hablar pero, desde la obra de
teatro, y desde el esfuerzo que han hecho muchos por explicar lo que
pasó, se ha roto esa barrera”, detalla Mateos.
Y así ha sido. En la noche del viernes, las luces se apagaron en un
Benalup reconvertido. Volvieron a llenarse los suelos de albero, a
ondear las banderas de la CNT, a cubrirse los techos de brezo. Han
colaborado muchos. El Ayuntamiento, a la cabeza. Los dueños de
comercios, las asociaciones de vecinos y mujeres organizando al público,
los particulares vistiendo sus casas. La recreación se ha centrado en
cuatro escenarios vivos: la que fuera la sede de la CNT, junto a la
actual plaza del Pijo; el cuartel de la Guardia Civil, junto a la plaza
de la Iglesia; la choza quemada, en la calle Nuevo; y el cementerio, a
las afueras. De lo que fue hace 80 años no quedan vestigios, pero la
obra ha vuelto al pasado.
Y la máquina del tiempo que es el teatro volvió a hacer pasear a unos
triunfantes sindicalistas que hacían frente a la Guardia Civil. Cayeron
los dos agentes. Vinieron los refuerzos y la guardia de asalto de la
República. Para entonces ya cundía el pesimismo de la revuelta
campesina. Y empezó el horror.
La quema de la choza se ha hecho con imágenes de fuego proyectadas por
ordenador. Las llamas quedaban reflejadas en las paredes blancas. La
calle Nueva, donde estaba la casa incendiada, y el cementerio, volvieron
a revivir el grito de la muerte y los llantos de las pérdidas. Lo
hicieron con lágrimas de los actores participantes, sobre todo mujeres,
que representaban a las familias de los fallecidos. Un elenco
seleccionado entre vecinos de Benalup, y con el violonchelo y piano de
Jesús Vela, que ha compuesto un réquiem para la ocasión, y el flamenco
de los cantaores Antonio de Antonio y Antonio de Paqui, al compás de una
toná marcada por un yunque.
No hay más rastros físicos en el pueblo que retrotraigan a aquellos
acontecimientos, a pesar de que esos lugares estén declarados Bien de
Interés Cultural. Así que la memoria ha de guardarse entre los vecinos.
Esos que, por el miedo que impuso la represión, han permanecido en
silencio tanto tiempo y que ahora, gracias al teatro, se reconvierten en
sindicalistas, como Cristóbal Mañez Moya, hijo de un tiroteado. “Es la
propia gente de aquí la que ha permitido hacerlo”, explica Manuel Ruiz
Mateos. “Es una terapia colectiva para reconstruir la Historia. Y lo
hace Casas Viejas desde Casas Viejas”. La recreación llega tarde para
Juan Silva, el hijo de María Silva, La Libertaria, una de las pocas que
pudo salir de aquella choza con vida, aunque fue asesinada después en la
Guerra Civil. Juan Silva murió el año pasado tras haber sido el pionero
en presentar una denuncia ante la Audiencia Nacional para recuperar los
restos de su madre. Su misión está inacabada. Quizá forme parte de una
terapia más amplia.