La Roja acaba de darnos
una alegría más: vence a Italia en la final de la Eurocopa 2012 por 4-0.
Conviene saber aparcar
las desgracias y temas desagradables de vez en cuando para meternos de llenos
en situaciones en la vida que nos producen un
sentimiento de hermandad, de amistad momentánea, de hablar con el más
desconocido de los seres como si le conocieras de toda la vida, solamente
comentando las jugadas inverosímiles que hace la selección española. Si por
alguna razón que no llego muy bien a comprender no se entiende esta satisfacción
de ver por un rato a la gente feliz, de comprobar que han dejado en un planto
lejano la prima de riesgo y sus consecuencias malsanas, uno que es en el fondo
un poco, bastante niño, siente los deseos de saltar, de abrazar al anónimo
acompañante, de vocear con él y de exclamar con toda la fuerza, ¡Gracias
España!, por hacernos la vida un poco más alegre y hacernos vivir como hombres
en su más tierna infancia lo importante que puede llegar a ser el ver rodar una
pelota de un lado al otro del campo y que aquella se introduzca donde nosotros
queremos.
El dibujo nos salió a la
perfección, y en mi caso, encima gane la porra, con un increíble 4-0; fui el
último que se apuntó en esa lista repleta de ilusiones.
Y como no quiero ser el
más rico del cementerio nos bebimos y comimos lo caído en suerte hasta que
llegara el final de su cuantía, más diré que un servidor se tuvo que retirar
antes de su final, casi en plena marcha, pues me encontraba ya bastante
rezumado en cerveza del día anterior.
Por hoy y de momento ya
nadie me podrá quitar compartir con mis amigos y vecinos y gente de otro lugar
a esta Roja que hace uno de los mejores fútbol que se han practicado desde
siempre.
De ahí sus éxitos y de
ahí nuestro orgullo como españoles.
¡Va por ustedes!
Goooool, gooooooooooool, gooooooooooooool, gooooooooooooooooool.
Gooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool.
Goooool, gooooooooooool, gooooooooooooool, gooooooooooooooooool.