27 abril, 2011

Chiringuito y Jabaldón, galleaban su razón

A todos los niños, y a los jóvenes que empiezan a gallear


Érase una vez un gallo de corral, con muchas plumas de vivos colores, entre rojos y amarillos, bellamente aseado, con una cresta muy roja…muy roja, que era la admiración de todas las gallinas papanatas e inocentes, a las que picaba constantemente, ─y a las que como vosotros en vuestra edad, yo tampoco sabía el motivo─, se les subía encima y todo su corpachón caía a plomo, haciendo que su peso logrará a la inofensivas y dóciles gallinitas agacharse y ponerse en cuclillas.
No era muy mal parecido, pero de ahí a que fuera el mejor, había una distancia enorme. Por aquél tiempo yo recorría con mi padre las granjas de toda la provincia y jamás vi un gallo más estúpido, más engreído y que me cayera tan mal.
Alguna que otra vez vino detrás mía, celoso de acercarme a los ponederos a recoger los huevos, como si fueran suyos o los hubiese puesto el malandrín. 
Andaba pavoneándose y se volvía y se retorcía para mirarse así mismo lo guapo y fornido que era. Yo le puse de nombre “Chiringuito”, porque el gallinero era lo más parecido a esos bares por los años ochenta, ostentosos y solitarios en medio de una playa, que desafiaban al oleaje del mar apenas con cuatro tablones a forma y manera de un gran galeón.
Ni que decir tiene que a los demás gallos los tenía acobardados ─pues se valía para intimidarlos aparte de su presencia física que la verdad era un poco tosca, tirando a vasta, de otros presumidos gallos como él─, y acorralaban a los que pudieran hacerles sombra.
Pero he aquí que un buen día apareció por allí una linda gallinita, la gallinita más joven y guapa que se pudiera ver por el valle, y como es fácil de entender el gallo todo engalanado y marcando el paso se acercó a ella y sin decir ni cacarear más, le dio un férreo picotazo en el cuello a manera de saludo.
Cuando de pronto se presentó un joven gallo, que al parecer estaba siempre vagabundeando por esos mundos gallináceos, curtido en las lides de más variopintas que había combatido en los palenques más famosos, y sin decir este pico es mío, ni estos espolones son acerados, acometió con tal fiereza al brabucón gallo, que éste quizá por lo imprevisto o por el fuerte ataque, quedó patas arriba y cresta abajo, ensuciándose su precioso traje.
Armose una batalla campal, los compañeros truhanes del “Chiringuito” acudieron prestos a la ayuda que solicitara su patrón o lo que fuere.
Pero al nombre de “¡Jabaldón, estamos contigo!”, surgieron de no sé sabe dónde, como una docena de sucios y encrespados gallos, pero con espolones como garfios.
La sangre corrió por todos los lugares y por todos los enzarzados plumajes y castas; cabezas, pescuezos, patas y picos.  En segundos se lió tal revoltijo que no se distinguía bien entre los cacareos y cloqueos a nadie de los asistentes en tan ingentes torbellinos de peleones.
También corrieron o creo más que volaban,  los derrotados villanos, y con ellos a la cabeza iba su jefe de tropelías “Chiringuito”, cojeando; con media cresta caída sobre un ojo, el cogote enteramente desplumado, y su gallardía mal entendida, por los suelos, arrastrando la poca dignidad que le quedaba.
Había encontrado la horma de su espolón y además en su propio campo.
La polla, conocida por "Tolina", toda altiva y compuesta, vino y dió un suave roce con su pico a Jabaldón.
Después gallos, gallinas, pollas y pollitos extendiendo sus alas a la forma de ir abrazados se marcharon festejando esta jornada con un corrido mejicano cantándolo y musicándolo con toda alegría.
El resto de los gallineros se unió a la fiesta, y desde entonces ya nunca jamás de los jamases… turbose la paz.
Chiringuito

Jabaldón

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