08 agosto, 2012

Fugas de amor en bicicleta

En los años 90 vivía en Madrid en la calle Reina; detrás de Perico Chicote, con una amiga-compañera, que en bici me acompañaba nada menos que a Chinchón que está a cuarenta y tantos kms.
Debíamos de parar de vez en cuando, porque mi amiga al tener la tensión baja decía y creo que con cierta razón: “que tenía que tomar una Coca-Cola y comer tortilla de patata”.
Eran los tiempos donde las calles de Madrid eran temibles, casi era un suicidio atreverse a dar la más mínima pedalada. Un buen día a mi amiga, le sorprendió la oreja (puerta) de un vehículo. El golpe fue como para dejar los trastos aparcados para siempre. El insensato ni siquiera se disculpo; yo me llevé las culpas después del incidente por ambas partes. El uno, por consentir que una mujer me acompañara y la otra, por no haberle abofeteado al menos. La verdad que no faltó mucho para llegar a las manos, pero todo quedó en un alborotado, chismoso y abarrotado cerco de curiosos.
Lo único que se me ocurrió es acercarla al Hospital Doce de Octubre, quizá porque era lo más próximo a mi imaginación.
Ahora la monto -la bici-, en casa...y cuando me da la vena, que son las menos, a no ser que alguna despistada quiera que la lleve a hacer una pequeña “tournée”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario