Debíamos de parar de vez en cuando, porque mi amiga al tener la tensión
baja decía y creo que con cierta razón: “que tenía que tomar una Coca-Cola y comer tortilla de
patata”.
Eran los tiempos donde las calles de Madrid eran temibles, casi era
un suicidio atreverse a dar la más mínima pedalada. Un buen día a mi
amiga, le sorprendió la oreja (puerta) de un vehículo. El golpe fue como para
dejar los trastos aparcados para siempre. El insensato ni siquiera se
disculpo; yo me llevé las culpas después del incidente por ambas
partes. El uno, por consentir que una mujer me acompañara y la otra, por
no haberle abofeteado al menos. La verdad que no faltó mucho para llegar a las manos, pero todo quedó en un alborotado, chismoso y abarrotado cerco de curiosos.
Lo único que se me ocurrió es acercarla al Hospital Doce de Octubre, quizá porque era lo más próximo a mi imaginación.
Ahora la monto -la bici-, en casa...y cuando me da la vena, que son
las menos, a no ser que alguna despistada quiera que la lleve a hacer
una pequeña “tournée”.