07 marzo, 2012

Al borde del abismo

















Si en los momentos más amargos que he pasado en mi vida no hubiese tenido un libro, de la clase que fuera o una música o al “Loco de la colina”, posiblemente, ya me hubiese suicidado.
Cuando estaba pasando una “crisis multicolor galopante” era de los primeros en acudir a la Hemeroteca Nacional en Madrid que estaba creo en la calle Magdalena, junto a la plaza Tirso de Molina. Ahí leía los periódicos y alguna que otra revista. Después me iba a la Biblioteca Popular-Central en la calle Fuencarral, 105, 5º donde si mal no recuerdo me dejaban dos o tres libros, para que pudiera leerlos tranquilamente en una pensión de la calle San Andrés, aunque yo prefería leerlos allí, por aquello de la calefacción.
Más de una vez tenían que darme las buenas noches con un rictus entre lastimero y caritativo. Eran los tiempos de la “movida madrileña”. A mis amigos del Dos de Mayo les gustaba cantar “…mis amigos son unos atorrantes” de Serrat, al compás de una guitarra, el trasiego de cervezas y la buena yerba. A mí la fumatera me ponía cada vez más triste, muy al contrario que a mis colegas, perdí la memoria, me hizo vender cantidad de libros, hasta que un buen día pensé, recapacité, volví a buscar trabajo, lo cual siempre me ha resultado tremendamente fácil encontrar, me parece feo decirlo en estos tiempos, empezando a ver una luz que se me hacía tiniebla en pleno mediodía.
Cuánto frío me quite de encima y cuántos disgustos me evitaron los libros.


El agua: peligro de muerte.




Tenía 19 años cuando me sacaron del mar los vigilantes de la playa de Fuenterrabía en una barca, había resaca y la mar y mi inexperiencia me fueron engullendo hacia el interior cada vez más. Las pasé “canutas”; eran los tiempos en los cuales creía que ya sabía casi todo, incluso nadar, aquél día aprendí una gran lección y es que, saber las cosas a medias supone un gran peligro. Aún tengo metido el susto en el cuerpo.
Después viviendo en Estepona a la vera del mar en La Punta de la Plata,-el torero José Tomás se hizo mi vecino- jamás se me ocurrió bañarme; mojándome los pies para mí ya existe oleaje, ni siquiera mis amigos marineros consiguieron en 5 años que me subiese a sus barcos en un día tan señalado como es la Virgen del Carmen.
Otro tanto me ha pasado cuando trabajaba en Marbella y Sotogrande. Cuántos romances me he perdido por tan tremendo trauma, y los que me quedan, pues dentro de poco me iré a vivir cerca de Barbate. Ya me imagino con las nuevas amistades su “cachondeo” con el agua, que a mí me resulta una de las cosas más serias que existen en esta vida. Siempre digo que lo más sano es la ducha, claro, como evasiva.
De las playas que conozco una de la que más me gusta es La Concha, en San Sebastián, por el marco que la rodea y naturalmente por su forma, con la isla de Santa Clara al fondo.