07 marzo, 2012

Al borde del abismo

















Si en los momentos más amargos que he pasado en mi vida no hubiese tenido un libro, de la clase que fuera o una música o al “Loco de la colina”, posiblemente, ya me hubiese suicidado.
Cuando estaba pasando una “crisis multicolor galopante” era de los primeros en acudir a la Hemeroteca Nacional en Madrid que estaba creo en la calle Magdalena, junto a la plaza Tirso de Molina. Ahí leía los periódicos y alguna que otra revista. Después me iba a la Biblioteca Popular-Central en la calle Fuencarral, 105, 5º donde si mal no recuerdo me dejaban dos o tres libros, para que pudiera leerlos tranquilamente en una pensión de la calle San Andrés, aunque yo prefería leerlos allí, por aquello de la calefacción.
Más de una vez tenían que darme las buenas noches con un rictus entre lastimero y caritativo. Eran los tiempos de la “movida madrileña”. A mis amigos del Dos de Mayo les gustaba cantar “…mis amigos son unos atorrantes” de Serrat, al compás de una guitarra, el trasiego de cervezas y la buena yerba. A mí la fumatera me ponía cada vez más triste, muy al contrario que a mis colegas, perdí la memoria, me hizo vender cantidad de libros, hasta que un buen día pensé, recapacité, volví a buscar trabajo, lo cual siempre me ha resultado tremendamente fácil encontrar, me parece feo decirlo en estos tiempos, empezando a ver una luz que se me hacía tiniebla en pleno mediodía.
Cuánto frío me quite de encima y cuántos disgustos me evitaron los libros.


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