Se habían ido todas las estrellas; las mínimas y grandes, las unidas y dispersas, como fuegos de feria.
Estaba sentada en el seno de la sierra, ni muy lejos ni muy cerca, sino todo lo contrario.
Estaba sentada en el seno de la sierra, ni muy lejos ni muy cerca, sino todo lo contrario.
Bebía un refresco; no sé bien si de naranja, trina, o tal vez fuera una fruta exótica diluida en agua.
Oteaba su alrededor.
Oteaba su alrededor.
Me acerqué: cerca sin estar próximo.
Yo la veía como cuando miras con una lupa...mas demasiado lejos, inalcanzable.
A lo mejor o a la peor eran dos pasos...pero demasiados largos.
Ella dio la primera señal, y quedó a un palmo de mí; sentí su aliento febril, incandescente.
Retrocedí para dejarla pasar.
Sin pudor se paró frente a mí y me beso con resplandor.
La llama prendió. El desfiladero era tan estrecho que nos fundimos los dos.
Al final quedó un lucero, que poco a poco o mucho a mucho se evaporó sin decirme adiós.
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