Antes a los niños-adolescentes
que les llamaban mal criados los he oído decir cuando se enfadaban: “ya no me ajunto”.
Hoy a los niños-adolescentes
que les llaman mal criados cuando se enfadan dicen:”eres un hijo/a de p…”.
Mañana a los niños que les llamarán mal
criados nos dirán, seguramente: “mis juegos aún están por hacer en MP321-123/Aaslk90ñ7vb-5ª
gene-ra-acción mar-si-ana”.
Yo he vivido, pertenecido, y padecido tres generaciones amigas y familiares. Y en las tres, sino todos los días,
alguna vez me vino a la mente dichas palabras.
Porque cuando somos
niños, no somos aún responsables, buscamos un énfasis en el “prota” o en el
“líder”, sin saber muy bien a qué conduce. Solo queremos que nos vean que
estamos integrados en un grupo y no somos una especie especial que vaga por su
cuenta y riesgo. Buscamos el amparo de una frase, de una palmada, de una mirada
que nos comprenda.
Qué edad tan difícil, y
tan bella. Quizá la mejor.
Aquello se perdió y ya no se recupera, con lo que me gustaría:“lo
de no ajuntarme” y no “arrejuntarme”; parece ser que por futuro lo último me corresponde.
Quién sabe, estoy en ello, me lo pensaré…muy mucho.
Que no, que es una broma, que uno no está ya para quedar mal con medianas medianías...aunque parezco joven y prometo, sexualmente uno está,
pero ya no está en lo que está.
Cuánto se aprende
cuando uno se equivoca. Como mínimo tiene dos caminos ya para recorrer.
Perderse o mejor extraviarse
creo que es lo que me pasó el día 14 de este mes y de este año cuando iba a Zahara de los Atunes.
Me fui por la N-340
dirección a Tarifa, recorrí todo el arcén con la Chicharra y vi brillar cristalillos, algún que otro matojo,
piedrecillas, arenisca, bolsas y desperdicios.
Pero llegue y me dio
tiempo a conocer playas, el centro –lleno de foráneos momentáneos, se les nota
por esa alegría con que piden el atún, y disparan su altanería al atosigado
camarero- y me producen una especie de estupor y mala leche.
Conocí a amigos de mis
amigos y me comí un rabo de toro, mojado con dos cervezas y tres riojas, aunque no les
pegara a los entendidos recién llegados.
Si di la nota sería
porque me rasqué demasiado el bolsillo si sacar “chavo”. Pero a eso estoy
acostumbrado.
Me divertí
con los consejos de los sabios de turno que me dijeron por donde volver; así lo
hice, por Barbate, pues qué bien, dos rutas por el mismo precio, porque además
se dignaron con mi presencia y consideraron “que había recorrido bastantes km
demás, y no era lógico que tuviera por hoy más gastos, faltaría plus”. Qué
elegantes dije para mí y que memos.
Si en el fondo son como
niños, otro día les diré que para ir a Roma, desde Cádiz cogí el Camino de
Santiago, dirección Lisboa, pasando por Tenerife a nado.
¡También vale!, o a lo mejor no, pero como por
perderse o extraviarse le consideran a uno medio bobo, ¡qué lo paguen coño, qué
menos!
Con los bien que se lo
pasan cómo les voy a defraudar. No es justo ni se corresponde con mi persona
que me gusta tanto hacer felices a estos “enteraos” de la guía Michelín.
En los años 90 vivía en Madrid en la calle Reina; detrás de Perico Chicote, con
una amiga-compañera, que en bici me acompañaba nada menos que a
Chinchón que está a cuarenta y tantos kms.
Debíamos de parar de vez en cuando, porque mi amiga al tener la tensión
baja decía y creo que con cierta razón: “que tenía que tomar una Coca-Cola y comer tortilla de
patata”.
Eran los tiempos donde las calles de Madrid eran temibles, casi era
un suicidio atreverse a dar la más mínima pedalada. Un buen día a mi
amiga, le sorprendió la oreja (puerta) de un vehículo. El golpe fue como para
dejar los trastos aparcados para siempre. El insensato ni siquiera se
disculpo; yo me llevé las culpas después del incidente por ambas
partes. El uno, por consentir que una mujer me acompañara y la otra, por
no haberle abofeteado al menos. La verdad que no faltó mucho para llegar a las manos, pero todo quedó en un alborotado, chismoso y abarrotado cerco de curiosos.
Lo único que se me ocurrió es acercarla al Hospital Doce de Octubre, quizá porque era lo más próximo a mi imaginación.
Ahora la monto -la bici-, en casa...y cuando me da la vena, que son
las menos, a no ser que alguna despistada quiera que la lleve a hacer
una pequeña “tournée”.
«Sola. Estoy sola. Siempre estoy sola. Sea como sea». Los versos de
la mujer más triste del mundo, escritos en uno de sus cuadernos
rescatados hace apenas dos años, desnudan a una Marilyn Monroe insegura; asustada. Siempre lo fue: la mujer más deseada de Hollywood nunca se quiso y buscó el consuelo en multitud de hombres. Pero no logró sacudirse la sensación de abandono.
Ni sus tres maridos ni sus múltiples amantes —de los hermanos Kennedy a
Elia Kazan pasando por Tony Curtis y Marlon Brando— lograron que fuese
feliz.
Marilyn buscaba la autoestima en otros. Quizás su
complicada infancia, con un padre ausente, una madre desequilibrada,
hogares de acogida y agresiones varias, hizo que el mito anhelase el
abrazo protector de un hombre. Apenas tenía 16 años cuando se casó por primera vez. Era 1942 y el elegido, un obrero aspirante a policía llamado James Dougherty. Ex capitán de fútbol y delegado de clase, tenía 20 años cuando empezó a salir con Norma Jean Baker.
No conoció a Marilyn Monroe. Su familia había sido vecina de Grace
Goddard, amiga de la madre de Norma Jean, que vivía entonces con ellos.
«Iban a mudarse y decidimos casarnos para impedir que volviese a una
casa de acogida. Estábamos enamorados», recordaría más tarde Dougherty.
Así, el gran mito sexual se convirtió en ama de casa en una relación que, en apariencia, funcionaba, aunque algunas de sus cartas dejaron ver después que su marido era infiel.
Dougherty fue reclutado para la II Guerra Mundial y en su ausencia, la joven se convirtió en una modelo cotizada en Los Ángeles. Y buscó la compañía de otros hombres para mitigar la soledad que le angustiaba. Hollywood pronto la reclamó y ella tramitó un divorcio
que se concretó en septiembre de 1946. Habían estado juntos cuatro
años. Al volver a casa, Dougherty intentó convencerla de que volviese,
pero ella se negó. Iba a convertirse en Marilyn. «Quería firmar un
contrato con la 20th Century Fox en el que decía que no podía estar
casada», contó Dougherty en 1984.
Su segundo gran hombre fue Joe DiMaggio, el jugador de béisbol con el que se casó cumpliendo el sueño americano de ver juntos a dos de sus mitos: el ídolo de los Yankees con la diva de Hollywood. Se casaron en 1954 —antes, el escritor Robert Slatzer
asegura haber sido su esposo durante una semana en 1952, aunque no hay
pruebas de ello—, pero el compromiso duró sólo nueve meses, pese a que
siguieron viéndose durante años. El deportista, muy conservador, era incapaz de adaptarse a la vida de la estrella. Le parecía una ofensa que la deseasen más hombres y vivió históricos ataques de celos.
Quería apartarla del espectáculo y guardarse toda su explosividad para
él, pero ella no cedió. Que la amó lo demuestra el hecho de que durante los 20 años que siguieron a su muerte, envió un ramo de flores a su tumba tres veces por semana. La Parisien Florist, de Hollywood, tenía el emotivo encargo.
A Arthur Miller, el intelectual, el judío, le vio
por primera vez en 1951, cuando ella tenía 25 años y él, diez más. Se
casaron cinco años después —cuando aún se especulaba con una
reconciliación con DiMaggio—, en una ceremonia en la que Marilyn se convirtió al judaísmo.
Por aquel entonces, los medios ya habían creado una Marilyn
superficial, adicta, sexy a rabiar, pero problemática y depresiva. El dramaturgo, ganador de un Pulitzer, quiso salvarla. Parecían felices, pero apenas tres años después el matrimonio encallaba y en 1960, Marilyn tuvo una sonada aventura con el francés Yves Montand cuando rodaban 'El multimillonario'
Marilyn Monroe y Arthur Miller estuvieron juntos hasta 1961.
Fue quizás el hombre que mejor pudo entender el vacío que la asfixiaba,
el más capaz de valorar su talento y hacérselo creer a ella, pero acabó agotado de esa personalidad enfermiza y la abandonó para marcharse con la fotógrafa Inge Morath,
a la que conoció en el rodaje de 'Vidas rebeldes'. Paradojas de la
vida, Miller había escrito para Marilyn esa historia en la que intentaba
explicar sus contradicciones. «¿Puede un hombre sonreír cuando
contempla a la mujer más triste del mundo?», le hizo decirle en la
ficción a Gable.
La lista de amantes de Marilyn fue interminable. Como Elia Kazan,
descrito así en las cartas que escribió a su psiquiatra, el doctor
Ralph Greensom, en 1961: «Me quiso durante un año, y una vez me acunó
cuando tenía una angustia muy grande. Y me sugirió que me
psicoanalizara». También Marlon Brando quiso cuidarla.
Le conoció antes de que fuesen estrellas y mantuvieron una relación
intermitente durante años. Quizás fue siempre más amigo que amante y la
defendió a muerte cuando la industria empezó a rechazarla por el
suplicio que suponía trabajar con el huracán autodestructivo hacia el
que derivaba.
Con Tony Curtis también tuvo una historia que iba y venía. Durante ocho años. Y según el propio actor, incluyó un aborto involuntario.
La relación comenzó en 1950 y se reactivó en el rodaje de 'Con faldas y
a lo loco'. Marilyn estaba casada con Miller y Curtis con Janet Leigh
—la actriz asesinada en 'Psicosis'—, que estaba además embarazada, pero
eso no impidió que Tony y Marilyn 'recayesen'. Según ha contado Curtis
en sus memorias, ella se quedó embarazada y perdió el bebé poco después
de reunirle en una habitación con su marido para contárselo. «Me quedé
ahí petrificado. Se hizo el silencio y podía oír el ruido de las ruedas
de los coches chirriando en Santa Mónica», describió. Aunque no se ha
confirmado, lo cierto es que el actor nunca ha sido cariñoso con la
memoria de Marilyn y ha aireado sin pudor intimidades.
Ríos de especulación ha desatado también las aventuras que mantuvo con los Kennedy, John y Robert; documentada en los archivos del FBI y la CIA,
preocupados por la amistad de Marilyn con comunistas de Hollywood y por
los secretos que pudiese saber del presidente. Existe un informe de
1965 que habla de «fiestas sexuales» con los Kennedy, Monroe, Sammy
Davis Jr. y Frank Sinatra, otro de sus amantes fieles
durante años. De su relación con el entonces presidente de los EEUU hay
pocas pistas. Algunas voces cuentan que él no paró hasta tenerla en su
cama y después se desentendió, mientras las más conspirativas añaden que
los servicios secretos y los propios Kennedy se encargaron de borrar
las pistas. Hay todo tipo de versiones de esta relación, pero no hay
testigos. Lo que sí hemos visto todos, y no olvidamos, es ese cumpleaños feliz en el Madison Square Garden, el 19 de mayo de 1962. Tres meses más tarde la diva fallecía en California.
Marilyn sufrió sola y sufrió junto a sus hombres. Ella misma dijo que
una estrella era un objeto. Y detestó serlo. Sola. Siempre se sintió
sola. Hasta su trágica muerte.