Para contar no es necesario meter el dedo en la herida, es decir; no
hay que abusar de la miseria humana que nos lleve a perder los estribos,
a martirizar incluso al que se pudo equivocar, a perseguir, culpar o
condenar con toda la inquina, el rencor u odio al malhechor.
Hay que contar la verdad, para ello es necesario aportar datos contrastados, sin eufemismos, tampoco con exageraciones, paso a paso, con el máximo detalle, -con pelos y señales- y que solamente sea nuestra meta la de llevarnos a un final esclarecedor, donde no haya lugar a la duda y nos permita conocer que es lo que exactamente ocurrió, sin dejarnos influir jamás por ninguna circunstancia que pueda alterar esa búsqueda imparcial, limpia y justa. El que busca o dice la verdad va a pecho descubierto y no teme o debe temer lo que le pueda venir encima, porque siendo aquella poderosa nada es capaz de vencerla, ni el más tirano ni el más abyecto personaje.
Hay que conceder también a la otra parte su libertad a poderse defender, a negar si hubo manipulación, estando en su derecho si ve en algo que pudiera ser una villanía contra su persona o grupo, denunciarlo en su caso con las consiguientes indemnizaciones por daños y perjuicios. Que sepa el difamador, injuriante o maledicente que no puede ir libremente por la vida montándose su novela o su película. Si lo que cuenta es una patraña, lo de “irse de rositas”, nada de nada. Este sujeto o sujetos son los que mayor daño hacen a la sociedad, porque a conciencia la sublevan, la deforman, la engañan y pueden llegar con su conducta a condenar a un inocente.
Las generalizaciones sobran y en una acusación “nunca se podrá tirar la piedra y esconder la mano”, cosa que a menudo ocurre, y se habla o se escribe en una gran mayoría de las veces, “se dice el pecado y no el pecador”, y aquí ese juego no vale, por lo menos a mí no me vale. Quién se esconde detrás de ¿…alguien, hay personas…algunos, etc.?, no merecen mi respeto y veo la cobardía y la falsedad intrínsecamente unida. Cuando esto último ocurre por sistema, lo contemplo como un complejo de inferioridad.
Es fácil sacar a la luz una oscuridad, alumbrar y demostrar sobre todo lo que algo está todavía en el fango, desenterrarlo; pero también es muy fácil caer en ese cieno, embarrarse, y ser prisionero de su ego, por haber querido ser un héroe o un valiente, y haberse convertido solo en un insensato, en un osado irresponsable, precipitado hacia la calenturienta ligereza y la colérica venganza.
Desde luego si por algo admiro a Antonio Muñoz Molina es porque al leer sobre todo sus artículos, desde 1990 hasta hoy, aparte del valor narrativo, ya que un día sí y otro también son una denuncia generosa y valiente, pero con acumulación de datos, bien sea de obras o de nombres continuamente; y cuando piensas que claro ha sido o que coraje tiene este hombre, a mí no me extraña nada: pues lo he visto torear en plazas más duras a miuras con malísimas intenciones, ¡vamos!, “resabiaos”.
Hay que contar la verdad, para ello es necesario aportar datos contrastados, sin eufemismos, tampoco con exageraciones, paso a paso, con el máximo detalle, -con pelos y señales- y que solamente sea nuestra meta la de llevarnos a un final esclarecedor, donde no haya lugar a la duda y nos permita conocer que es lo que exactamente ocurrió, sin dejarnos influir jamás por ninguna circunstancia que pueda alterar esa búsqueda imparcial, limpia y justa. El que busca o dice la verdad va a pecho descubierto y no teme o debe temer lo que le pueda venir encima, porque siendo aquella poderosa nada es capaz de vencerla, ni el más tirano ni el más abyecto personaje.
Hay que conceder también a la otra parte su libertad a poderse defender, a negar si hubo manipulación, estando en su derecho si ve en algo que pudiera ser una villanía contra su persona o grupo, denunciarlo en su caso con las consiguientes indemnizaciones por daños y perjuicios. Que sepa el difamador, injuriante o maledicente que no puede ir libremente por la vida montándose su novela o su película. Si lo que cuenta es una patraña, lo de “irse de rositas”, nada de nada. Este sujeto o sujetos son los que mayor daño hacen a la sociedad, porque a conciencia la sublevan, la deforman, la engañan y pueden llegar con su conducta a condenar a un inocente.
Las generalizaciones sobran y en una acusación “nunca se podrá tirar la piedra y esconder la mano”, cosa que a menudo ocurre, y se habla o se escribe en una gran mayoría de las veces, “se dice el pecado y no el pecador”, y aquí ese juego no vale, por lo menos a mí no me vale. Quién se esconde detrás de ¿…alguien, hay personas…algunos, etc.?, no merecen mi respeto y veo la cobardía y la falsedad intrínsecamente unida. Cuando esto último ocurre por sistema, lo contemplo como un complejo de inferioridad.
Es fácil sacar a la luz una oscuridad, alumbrar y demostrar sobre todo lo que algo está todavía en el fango, desenterrarlo; pero también es muy fácil caer en ese cieno, embarrarse, y ser prisionero de su ego, por haber querido ser un héroe o un valiente, y haberse convertido solo en un insensato, en un osado irresponsable, precipitado hacia la calenturienta ligereza y la colérica venganza.
Desde luego si por algo admiro a Antonio Muñoz Molina es porque al leer sobre todo sus artículos, desde 1990 hasta hoy, aparte del valor narrativo, ya que un día sí y otro también son una denuncia generosa y valiente, pero con acumulación de datos, bien sea de obras o de nombres continuamente; y cuando piensas que claro ha sido o que coraje tiene este hombre, a mí no me extraña nada: pues lo he visto torear en plazas más duras a miuras con malísimas intenciones, ¡vamos!, “resabiaos”.