DOS MIRADAS
Que nadie sepa
Los bocadillos dejaron de ser de aquel
jamón tan bueno. Las marcas blancas inundaron la nevera. El pollo y el
cerdo, la base de la proteína. La imaginación se impuso en los guisos y
los caprichos desaparecieron de la despensa. Aquellos vinos de los que
tanto hablaban, un recuerdo. Se acostumbraron a no pasar por delante de
algunos lineales del supermercado. Poco a poco, sin estridencias, se
fueron deslizando por un tobogán que no era un juego. Tenemos al niño
con fiebre, se disculparon para no ir a aquella cena. Una migraña. Una
visita inesperada… Las excusas se iban acumulando. Y ellos cada día más
encerrados. Haciendo sumas y más sumas que nunca cuadraban.
Precipitándose en un descenso cada vez más rápido e imparable. Llegó el
día en que ninguna de las tarjetas funcionó en la caja del supermercado.
Qué raro, llamaré al banco, dijo ella, guárdame las bolsas que ahora
vuelvo. Más excusas. Más vergüenza. El vértigo, ya imparable. La
angustia cortando la respiración y el pensamiento. No hay crédito. Todo
el dinero para la hipoteca. Un día se descubrieron suplicando a una
asistente social. Otro, recogiendo una botella de zumo, dos de leche,
pasta, arroz, aceite, pollo… Todo lo colocaron rápidamente en el carrito
de la compra. Nada más llegar a casa desprendieron las etiquetas:
Programa de la UE para el Banco de Alimentos. ¿Cómo hemos llegado
nosotros aquí? Que nadie vea. Que nadie sepa.
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