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Francisco Aguilar Román y El Chano |
Los veranos empiezan desde
por la mañana muy temprano en esta tierra de Benalup-Casa Viejas. Y los fines
de semana, mucho antes, porque se enlazan unas noches con otras y la alboreá se
presenta perseguida por unas fiestas que no decaen.
Aquí se come muy bien y
para todos. Ayer fue un arroz caldoso mixto realizado por el gran maestro: Pepe
Luis. Sabe este hombre de flamenco casi todo, habla esforzándose porque su
orificio en la garganta le impide sacar su verdadera voz, pero saca a relucir
su arte culinario y su alegría por la convivencia. Siempre es el primero en
apuntarse al divertimento, y ya desde las 11 AM está preparando el perol. No se
aparta ni un segundo del fuego, sigue estrechamente unido a una paleta que
remueve los ingredientes de cuando en cuando; nos da a probar ya la exquisita
comida y de momento nos entra un voraz apetito.
Llegan los platos,
reparte la proporción; observo que me suele dar el primero, quizá porque
empiezo a encabezar la lista de los mayores o bien, porque tiene la deferencia
a una persona que lleva comiendo de sus ricos manjares apenas tres meses y, aún me considera nuevo.
La tarde continua con
cantes, con poemas, y aunque el tiempo no desaparece, se hace noche.
La “niña baila”, le
digo yo a los dueños del bar. Es Ángela, una niña que se nos ha plantado en el
centro del cotarro, con una mirada en el techo y unas manos como queriendo
atrapar al aire para bailar una soleá; después vinieron tangos, tientos y
bulerías.
El Chano se arrancó por
fandangos del Toronjo; Francisco Aguilar canta por el palo que se le pida, Luis
de Martina es la voz de la conciencia y hasta incluso Gaspar, el padre de la niña, operado
por tres veces de una hernia discal, mostró conocer muy bien los cantes de El
Barrio, con su buen humor y arte, pese a su gran dolencia.
Y para qué engañarnos:
en semejante situación me resulta aborrecible abrir un libro y hay días que no
visito ni la imprescindible y popular Internet.
No tengo remedio: me
gusta una juerga más que todas las Evas del Paraíso; bueno, un poco menos, y la cerveza con espuma, y vivo el
momento hasta caer derrotado por “la gota que colmó el vaso”.
En medio de todo esto
me limito a dar las palmas sordas y a decir ¡ole, ole…y ole!
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